martes, 3 de enero de 2017




MANUSCRITO HALLADO EN BAYÁRCAL

En la Navidad del 2003 estuve pasando un fin de semana con unos amigos en la Alpujarra. Concretamente en una casa de Turismo Rural entre Paterna y Bayárcal. La casualidad hizo que a menos de un kilómetro se mantuviera todavía en pie lo que quedaba de otro antiguo cortijo que no había corrido tanta suerte como su pintoresco vecino, manteniendo con dudosa dignidad los ropajes de la ruina, los desconchones de un Tàpies y los ecosistemas de las ratas y los parásitos.
Pero no todo era paisaje: todavía quedaban en una estantería desvencijada hojas amarillentas e ilegibles de revistas de papel couché, junto a esqueletos de libros roídos por los ratones. Los días de mantecados y cava dejaron paso a la curiosidad. Sí: esa atracción por lo inservible, que me ha acompañado toda mi vida, me había llevado a dejarme olvidar entre aquel amasijo degradado, una mañana en que la lluvia canceló demasiado pronto una ruta de senderismo. Me creía Bécquer en Fitero… Entre los copos de granizo, la basura nostálgica y la nada sucia encontré una hoja escrita a mano. Se podía leer prácticamente entera, no tenía tantos años como el resto de los papelorios. La transcribo. Si no se tienen en cuenta las repeticiones y el mal estilo -consecuencia sin duda de la urgencia por comunicar algo considerado importante- hasta se podría sacar alguna consecuencia:

Aquellos que escribieron los libros que veneras no veneraban los libros. Veneraban la vida. La fiesta, la juerga, el vino, el sexo, el baile, la comida, el exceso, la naturaleza, la aventura, los viajes, el riesgo… Su hubieran venerado los libros, no habrían escrito esos maravillosos libros que tú ahora veneras. Amar el polvo de las bibliotecas solo beneficia a los alergólogos. Leer poco idiotiza. Pero leer demasiado distrae la atención. Nada es gratis. Y El Quijote es un precio demasiado bajo para adquirir un conocimiento útil y completo. Acumular libros para levantarles un altar es venerar a dioses muertos. Los verdaderos libros no llegan nunca al papel: se escriben con sangre y palabras que se lleva el viento después de que se hayan alojado en alguna memoria.


Aún guardo este papelajo: qué tontería más grande esta de acumular hojas y más hojas… 


Francisco  Martínez  Navarro

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