Aquella era la última batalla. En ella se decidiría el
destino de todo el universo conocido. Los “invasores” estaban cerca de la
victoria. Mientras que los seres humanos, aún luchaban por sobrevivir en su
moribunda galaxia y trataban de colonizar otras cercanas.
El comandante de todas las fuerzas humanas era Marcos, un
joven hispano entrenado durante años con el único propósito de convertirse en
un arma letal. Y no lo hacía mal, para tener sobre sí el peso de la
responsabilidad de la supervivencia de toda la humanidad. Los invasores estaban
atacando todas las posiciones humanas mientras que éstos se defendían como
podían. La idea de Marcos era intentar un ataque desesperado al corazón del ejército
invasor y estaba a punto de comenzar dicho ataque cuando las paredes de su
estación espacial se desdibujaron sutilmente. La realidad se desvanecía, pero
Marcos no se puso nervioso porque ya sabía lo que ocurría. Lo que se puso fue
de muy mal humor.
Era su madre que le había desconectado. ¡Maldita sea! ¿Por
qué siempre tenía que hacerlo en el mejor momento? Nada importaba las veces que
le había dicho que jamás lo hiciera sin su permiso. Ahora Marcos se sentía
desorientado. Tardó varios minutos en asimilar que estaba en su dormitorio y en
reconocer la tristeza de su vida.
Sus padres les esperaban para cenar. Era navidad, esa
estúpida tradición de una religión obsoleta. No podía entender cómo aún en el
año 2216 seguían con esa cuento colectivo. Pero a sus padres les encantaba celebrarla.
Les debería recordar cómo eran las cosas antiguamente. Fuera nevaba y dentro,
en casa, parecía hacer más frío que en la calle.
Para Marcos era insoportable escuchar a sus padres comer y
decir tonterías. Asentía con la cabeza a todo lo que decían mientras pensaba en
volver a conectarse lo antes posible y en qué podría hacer en su realidad virtual.
Era irónico, la humanidad entera dependía de él, y él perdiendo el tiempo en
una cena conmemorando el nacimiento del supuesto redentor.
Entonces tomó una decisión. Fue a la habitación de sus
padres. Sabía que en el armario guardaban un arma. La cogió y volvió al salón.
Sin mediar palabra, pero mirándolo fijamente a los ojos disparó varias veces a
su padre y luego a su madre. Entonces dejó el arma encima de la mesa y
tranquilamente volvió a su dormitorio. Se conectó de nuevo a la realidad
virtual y sintió un suave, leve y reconfortante placer.
(…)
Cuando la policía lo encontró seguía conectado, famélico por
estar días o quizás semanas sin comer y completamente desorientado. Mientras lo
llevaban detenido al hospital para
atenderlo de urgencia y hacerle una evaluación psiquiátrica le escuchaban
farfullar frases sueltas e inconexas: “ejército invasor”, “comandante supremo”…
Juanjo Conseglieri
Juanjo Conseglieri
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